La inteligencia emocional es un arte básico en el ejercicio de la medicina, pero la irrupción de sofisticados y precisos métodos diagnósticos en medicina están desplazando a la conversación con el paciente, a la exploración física y amenazan la relación médico paciente. La inteligencia emocional será la que distinga a los buenos médicos, en la era de la inteligencia artificial.

El último editorial de la revista americana JAMA se centra en el equilibrio entre la Inteligencia Cognitiva (IQ) y la inteligencia emocional (EQ) en las tareas del médico. Pero las cosas van tan rápidas, que los futuros médicos van a pasar de la inteligencia cognitiva a la inteligencia artificial en poco tiempo. Ya no habrá “buenos” y “malos” médicos, porque todos tendrán acceso a los mismos sistemas de diagnóstico y algoritmos de tratamientos… ¿O sí seguirá habiendo “médicos mejores”?

La inteligencia emocional marcará la diferencia. Será la que nos permitirá empatizar con el paciente, ser capaces de trasmitirle ánimo, de mirarle a los ojos y a lo que hay detrás de esos ojos (y no me refiero a la retina), de explicarle lo que va a pasar con su salud y que vamos a luchar juntos para que las cosas vayan lo mejor posible. Eso es empatizar. La inteligencia emocional en manejar emociones e interactuar efectivamente con otros. Los “buenos médicos” serán los que sean capaces de desarrollar estas habilidades y ponerlas en práctica en este mundo super tecnológico que llega de manera imparable. Pero la buena noticia es que esta inteligencia también se puede perfeccionar y aprender. La inteligencia emocional es necesaria no solo para cuidar a los pacientes, también para liderar equipos, negociar con gestores, y promover cambios en los pacientes y entre los propios colegas.

En un artículo del 2010, Pablo Fernandez Berrocal, catedrático de psicología, reproduce una conocida anécdota sobre el prototipo de médico humanista, Gregorio Marañón. Preguntado, sobre cual era a su juicio el aparato que más había hecho progresar la medicina, Marañón contestó: la silla. La silla en la que se sienta nuestro paciente, al que debemos escuchar y al que tenemos que trasmitir, animar y convencer.

 

Alfredo García Layana

Consultor de oftalmología. Clínica Universidad de Navarra

 

 

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