Los criterios actuales de promoción, en la mayoría de los entornos académicos, desalienta en lugar de promover la colaboración entre investigadores clínicos.

Recientemente los doctores Samuel T. Wilkinson y Gerard Sanacora, psiquiatras de la Universidad de Yale, han puesto el dedo en la llaga, sobre la dificultad de compaginar el legítimo derecho a mejorar el curriculum de los investigadores con el avance de la investigación clínica de calidad.  Sin duda semejante afirmación resultará chocante y muchos dirán que injusta e injustificada. Es cierto, que el mayor avance del conocimiento científico se realiza gracias a los ensayos clínicos de gran tamaño, bien diseñados, randomizados, con grupo placebo y a doble ciego. Excepto en casos raros, esto requiere la colaboración entre grandes grupos de investigadores y la participación de muchos centros. Gracias a este tipo de ensayos se ha alcanzado un notable avance en el campo de la retina médica y nuestros pacientes se benefician de tratamientos hasta hace poco impensables por su eficacia. Sin embargo, siguen existiendo muchos ensayos clínicos relativamente pequeños, realizados en un solo centro, que pueden tener poco poder estadístico, y por consiguiente con un impacto cuestionable para mejorar nuestra práctica clínica. ¿Cuál de los dos tipos de investigación sería lógico que sobrevalorasen las universidades y agencias de calificación como la ANECA? ¿los esfuerzos colaborativos multicéntricos o los trabajos individuales de escaso valor? La respuesta para alguien que no conozca el mundo académico parecería clara. Pero… ¡Oh, sorpresa! No suele ser así.  Bajo los criterios actuales de promoción académica en muchas universidades, los investigadores son altamente recompensados ​​por su primera o última autoría en las publicaciones científicas y recompensados con la promoción en gran medida en base a esfuerzos individuales y no colaborativos. Por ello, la motivación para participar en grandes esfuerzos de colaboración disminuye marcadamente. Participar en un ensayo clínico multicéntrico, supone para el médico la satisfacción de poder ofrecer a sus pacientes acceso a la mejor medicina que existe en la actualidad. En el caso de las enfermedades retinianas como la DMAE o la retinopatía diabética, es conocido que los mejores resultados visuales se obtienen dentro de los ensayos clínicos y que fuera de ellos, en la práctica clínica diaria, es casi imposible reproducir su eficacia. Los motivos son múltiples, pero incluyen la sobrecarga asistencial en la sanidad pública y el alto coste económico para el paciente en la sanidad privada. Pero más allá de este deber deontológico como médicos de ofrecer las mejores alternativas a nuestros pacientes, la recompensa es escasa. Los ensayos clínicos suponen una mayor carga de trabajo, mucha burocracia y papeleo, … y en la mayoría de los casos ningún reconocimiento científico. Cuando se publican los resultados de los ensayos clínicos multicéntricos, la mayoría de los participantes tan solo aparecen en los agradecimientos, y muchas veces ni eso. El primer y último firmante de los artículos normalmente son seleccionados como coordinadores del estudio por la industria farmacéutica que actúa como promotora del estudio. Es cierto que suelen ser médicos de gran prestigio y valía, pero ¿y el resto? Siendo cierto el problema anterior respecto a la autoría de las publicaciones, no deja de ser un mal menor, más relacionado con la “vanidad” de querer aparecer o no en un artículo. Pero el problema también se reproduce cuando se piden ayudas públicas para proyectos de investigación. Volviendo al mismo argumentario anterior, todos estamos de acuerdo que los grandes proyectos deben ser colaborativos, multidisciplinares y multicéntricos. Pero, nuevamente nos encontramos ante el escaso reconocimiento de participar como colaborador en un proyecto de investigación. Y claro, si solo se ha participado como colaborador en proyectos anteriores, es muy difícil que te concedan un proyecto como investigador principal. Es la pescadilla que se muerde la cola. Nuevamente los criterios académicos de evaluación desincentivan la colaboración. Por todo ello, quiero terminar estas líneas agradeciendo a todos aquellos que participan/participamos en proyectos colaborativos.  Sabemos el esfuerzo que supone y el poco reconocimiento que tiene. Ya nos lo decían cuando empezamos a estudiar medicina que esto era una carrera vocacional.

Alfredo Garcia Layana

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